Me llega una carta. Está perfumada. Porque hueles algo de ella en el tacto de la fina hoja que sacas y desenvuelves minuciosamente.
Un hola. Punto y seguido, frases sin importancia. Una mancha de rímel. Me dice que no existe. Toda la habitación ya no importa. Te engañas un momento abrazando el sobre. Que está muerto y roto por la parte izquierda.
Y la carta no tiene sellos. Se habrán quedado en el buzón o alguna parte. O volando llegaron las letras. Suponía que me mentían. Porque acaso puede algo ser escrito por nadie.
Si ni siquiera podía saber si todo aquello era cierto. O un sueño de viernes por la tarde. Pensé que quemar aquella puta carta era la mejor idea que había tenido en años.
lunes, 11 de abril de 2011
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