Fue un cumpleaños magnifico. Recuerdo como nos metimos toda aquella quetamina y cantamos villancicos vascos y nanas uruguayas. Sigo pensando que no fue buena idea que algunas de nuestras amigas se acercaran a la fiesta. A la media hora se fueron horrorizadas con sus bolsos de pucka y la purpurina en las pestañas.
Y llegó la hora de los regalos. Algunas indirectas en forma de cuchilla de afeitar o desodorante barato del mercadona. Una camiseta rosa asquerosamente hortera y un bolígrafo en su estuche de madera. Cuando solo faltaba yo para entregar el regalo casi nadie prestaba atención, más horrorosa no podía ser la entrega. Cogí la mochila que andaba tirada por el salón y saqué una botella.
Todos quedaron mirando, creyendo que se trataba de un licor de avellanas o una crema de whiskey asquerosa.
Mandé a todos que se callaran y cogí vasitos en los que fui echando un chupito en cada uno.
Todos bebimos. Y volamos…
Recuerdo que entre mis sueños alguien se despidió de mí. Una despedida terca y odiosa que hizo que de mis ojos cerraros volaran lágrimas hacia el suelo. Una mano me cogió, me meció y todo el tormento se marchó en un suspiro. Escuche hablar a las pinturas rupestres y el tiempo, el jodido universo y la humanidad se deslizaron por mis mejillas en forma de ríos rosas. Y temblé, sudé, me sumergí en un estado en el que mi vida eran suspiros en un desierto repleto de arena y barro. Fui feliz recordando. Nadando entre sueños que jamás habría comprendido sin tropiezos y heridas…
Bendita Ayahuasca.